Un regalo de cumpleaños.

(C) Jose Padín

Mediados de julio, después de varias intentonas por fin iba a asistir al taller que José Manuel Navia impartiría en Bilbao (Escuela Black Kamera).

Con la lógica preocupación por la difícil situación que atraviesa el país por la pandemia, y también porque mi madre estaba hospitalizada por un evento cardíaco puse rumbo al País Vasco a última hora de la tarde del viernes.

Tenía todo el fin de semana por delante y un buen puñado de kilómetros por recorrer, un cóctel perfecto para quien como yo ama la carretera.

El sábado madrugo para poder estar con tiempo en el local que tenían habilitado para el taller. Todo tal como habían dispuesto, distancias de seguridad, mascarillas, geles.

Nos presentamos y José Manuel empieza a contarnos y a introducirnos en sus viajes, muchas veces de corto recorrido en los que parece entrar en otro mundo, un mundo que ha dejado de existir al menos para la gran mayoría pero que él sigue manteniendo vivo como quien protege la débil llama de una vela con sus manos.

Avanza el día y el pequeño grupo seguimos con gran interés lo que Navia nos cuenta y sobre todo cómo lo cuenta, con la sabiduría de quien se para a escuchar lo que sus protagonistas le tienen que contar, esas viejas historias que se plasman en la luz de una chimenea, del calor de un hogar o de un atardecer solitario.

Comemos brevemente y seguimos dialogando como quien no quiere que acabe ese día.

A la tarde continúa contando el cómo y el por qué, no deja de sorprenderme cómo alguien es capaz de despertar tanto interés hablando de lugares vacíos. Navia es un gran narrador, tanto visual como oral, te mete en la historia. Quizás ese sea su gran secreto.

Última hora  de la tarde, agotado del viaje tomo camino hacia el hotel para prepararme para el día siguiente.

El domingo por la mañana se cambian los papeles, ahora presentamos nuestros trabajos y él nos orienta y ayuda en su edición. Esta es también una parte muy instructiva ya que no solo vemos la obra presentada por otros compañeros de taller sino que vemos como de un conjunto de imágenes sin orden o coherencia, él con un simple vistazo reordena y hace que la serie tome una dimensión que (al menos para mí) no tenía. Esa es la magia de la fotografía.

Terminamos y tocan las despedidas, le digo “hasta la próxima” porque sé que repetiré. Me firma su último libro, Alma Tierra y con una sonrisa dibujada me pongo en camino de regreso.

Gracias a Navia y a tod@s los que habéis hecho posible que disfrutara de ese gran fin de semana.

Al fin y al cabo cuarenta y diez no se cumplen todos los días 😉